Felipe II, el rey burócrata

24 febrero 2021

 

Retraído y en cierta manera demasiado tímido para ejercer su cargo, Felipe II prefirió ser un monarca encerrado en su despacho del palacio-monasterio de El Escorial. Desde allí gobernó gestionando los innumerables asuntos que de sus también numerosas posesiones le llegaban cada día. Su obsesión por controlar personalmente hasta al más nimio de los problemas surgidos en su vasto imperio le convertirían en el rey burócrata por excelencia. No obstante, esta imagen más representativa de Felipe II no menosprecia la primera etapa de su actividad regia, cuando fue aplicado príncipe alumno de su padre el emperador Carlos V, y actuó a «pie de campo» acudiendo a los lugares en conflicto.

 

El reinado de Felipe II comenzaba con la renuncia de su padre al título de emperador, que cedería a su hermano Fernando de Austria. De esta forma se vio libre de esa doble obligación que suponía ser emperador (Sacro Imperio Romano Germánico) y rey católico de todos sus dominios. Eso sí, Felipe II dejaría de tener el título imperial pero mantenía el mismo espíritu de ese cargo supremo al sentirse el monarca mejor dispuesto para la ardua tarea de ser el «defensor universal de la fe». Con la victoria sobre Francia en la batalla de San Quintín (1557), donde actuaría Felipe II por última vez a la imagen y semejanza de su padre, el monarca-guerrero, se pudo concentrar en el problema turco. El aumento de los ataques de los turcos a plazas y dominios de la monarquía hispánica en el Mediterráneo desde la segunda mitad del siglo XVI, dejaba claro que ese creciente poder otomano debía ser frenado cuanto antes.

 

La amenaza turca era contra todos los intereses cristianos en el Mediterráneo. Por eso a Felipe II no le costó demasiado reunir con el beneplácito del Papa a la Santa Liga, alianza que aglutinaba los esfuerzos militares de Venecia, los reinos de España y del mismo Papa Pío V contra el poder turco. La célebre batalla naval de Lepanto, donde participaría un joven Miguel de Cervantes, ocurrida el 7 de octubre de 1571, sería el mayor éxito de los aliados cristianos contra la expansión turca. Una victoria que duraría poco en efectividad geoestratégica, pues los turcos y sus aliados berberiscos en menos de tres años volvían a asolar los dominios cristianos del norte de África y del sur mediterráneo.

 

 

La organización de esa gran alianza político-militar ya la realizó Felipe II desde su despacho de palacio. Elaboradas acciones diplomáticas y logísticas para reunir una inmensa flota que pudiera hacer frente al poder marítimo de los turcos. Y esa sería ya la tónica del monarca hispánico, asentando su sede de gobierno en el palacio y monasterio construido en conmemoración de la victoria en la batalla de San Quintín, el día de San Lorenzo. Así esa magna construcción pasó a ser el monasterio de San Lorenzo de El escorial, cuya planta trazada por el arquitecto Herrera se asemeja a una parrilla por ser el artilugio de tortura empleado contra el mártir San Lorenzo. Una sede regia y sobria para gobernar a un vasto imperio, del que se decía «nunca se ponía el sol».

 

Desde ese complejo gubernamental, a escasos kilómetros de la nueva capital y corte, la Villa de Madrid, organizaría empresas políticas, dinásticas y militares de la envergadura de la anexión de Portugal (1581) o el envío de la «Armada Invencible» contra Inglaterra en 1588. Allí, entre sus gruesos muros, sufriría por los avatares en la guerra contra los Países Bajos y mandaría numerosos despachos a su mejor capitán, su hermanastro don Juan de Austria. Sin embargo, para algunos historiadores especializados en la época de los ‘Austria Mayores’, este excesivo gusto por la burocracia, el «despacho escrito», era un aspecto negativo. Muy criticado ya durante el mismo reinado de Felipe II. Los detractores de este tipo de despacho argumentaban que el rey había perdido la esencia de su «oficio regio», que no era otra que impartir justicia de forma personal, en consulta privada y cara a cara con sus súbditos.

 

 

De esta manera, con la predilección por el despacho en papel, los escritos se acumulaban en palacio ante el deseo del monarca por registrar cualquier asunto por insignificante que pareciese para el devenir de sus reinos. En realidad, la opción filipina por el papeleo burocrático era la mejor solución para poder gobernar y asistir, aunque fuera en papel, como rey a todos los asuntos en los numerosos territorios a atender. Por eso ordenaría la consolidación del archivo constituido por su padre Carlos I en Simancas. Este ‘Archivo Real’ junto con el de Aragón y el de Indias en Sevilla constituirán el cuerpo burocrático necesario para el manejo de tantos reinos. Felipe II estaba, en verdad, con su gusto por el «papel» cimentando la estructura política necesaria para centralizar y controlar a un imperio tan vasto y heterogéneo.

 

 

 

Nacido en Valladolid en 1527, para gran regocijo de sus padres, Carlos I y la emperatriz Isabel de Portugal, Felipe II sería llamado el «rey prudente». Apodo que tenía mucho que ver con esa predilección por tomarse su tiempo en volcar sobre el papel todas sus reflexiones y medidas de gobierno. Moriría en una alcoba de su gran oficina, El Escorial, el 13 de septiembre de 1598.

 

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